Mi estancia en Tahiti tenía un objetivo, contestar a esa pregunta que os habréis hecho muchos de vosotros al pensar, imaginar o planear un viaje a Polinesia Francesa y que yo no paraba de repetirme cada vez que alguien lo planteaba: “En Tahiti sólo una noche, ¿no?”.
Pues bien, dejando atrás el ajetreo de Papeete, su capital, que aún con los inconvenientes de otras ciudades del mundo, cuenta con el encanto de una ciudad colonial, su mercado, sus casas de madera y sus tradicionales “trucks”, Tahiti aparece ante mí como una isla viva, en movimiento y apasionante que nada tiene que envidiar a sus vecinas sino simplemente ofrecer algo diferente a ellas, algo que la hace incomparable.
Tanto Tahiti Nui como la pequeña Tahiti Iti te dejan con la boca abierta, ambas repletas de senderos que te acompañan a lo largo de la costa, bordeados unas veces por playas de arena negra como testimonio de su actividad volcánica, testigos en Teahupoo de una de las mejores y más codiciadas olas buscadas por surfistas de todo el mundo, rodeados otras veces por el turquesa relajado de la laguna y los verdes de la montaña, una vegetación intensa que esconde picos de más de 2.000 metros de altura.
Es difícil decidir por dónde empezar a adentrarte en ella, quizás por la costa de Te Pari, donde ríos, piscinas naturales y cascadas se suceden, la cueva Anahie, el baño de la reina, las bahías gemelas… quizás por los túneles de lava formados muchísimo tiempo atrás en la zona de Hitiaa, con un interior húmedo, resbaladizo, oscuro y lleno de misterio, donde rocas de tallas impensables aparecen ante ti, o por la ruta del Valle del Papenoo, la única forma de entrar en el antiguo cráter, que pone ante tus ojos decenas de ríos y arroyos formando cañones e incontables saltos de aguas, como si se tratara de un parque de atracciones natural, la cascada de Maroto es quizás la más conocida pero hay muchas más.
Verdaderamente no hay que ser un experto senderista para emocionarte con Tahiti, en la costa noreste, desde Mahaena hay caminatas que intercalan baños en pozas de aguas cristalinas con bellísimas cascadas y un paisaje que te aleja de la civilización. Y si andar no es lo tuyo, siempre puedes optar por hacer rutas a caballo o en 4x4.
La guinda a esta fantástica experiencia la pone sin lugar a dudas un alojamiento que propone cabañas que parecen pender de las ramas de los árboles que las envuelven, el Vanira Lodge. No parece estar hecho de madera, parece tallado en ella! Tan mimetizado y respetuoso con su entorno que te permite vivirlo y con unas vistas al mar y a la ladera de la montaña, inmejorables.
Pues bien, ahora tengo claro que Tahiti merece mi tiempo y yo merezco disfrutar de ella. Depende del tipo de viajero que seas y del viaje que estés buscando, por tanto depende de ti decidir si también merece el tuyo. Yo sólo estoy aquí para contártelo y Viajerum para ponerlo a tu alcance.
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