Este trekking, que recorre en una sola dirección casi 54 km a lo largo de 4 días (5 en caso de rutas guiadas), debe planificarse con meses de antelación, no tanto por su dificultad como por el cupo de 40 senderistas que el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Fiorland admite como máximo por día. Acampar en el parque no está permitido por lo que la reserva de los refugios en los que poder pasar la noche es necesaria.
En esta parte de Nueva Zelanda las lluvias y las nevadas son frecuentes por lo que es muy importante ir bien preparado e informado respecto a la meteorología antes de comenzar la ruta.
El primer tramo del camino se hace curiosamente en lancha, la que traslada a los montañeros desde Te Anau hasta el otro lado del lago, al muelle de Glade Wharf donde comienza la caminata, cortita el primer día, sólo 5 km entre hayas y coníferas de más de cuarenta metros de altura. La vegetación y un silencio caracterizan la jornada, interrumpido éste únicamente por la llovizna que resbala entre las ramas de los árboles y consigue, a duras penas, alcanzar el suelo.
Tras pasar la noche en el refugio de Clinton, el segundo día pone a prueba la resistencia de los senderistas porque el camino se llena de riachuelos que hay que atravesar mientras las botas se hacen cada vez más pesadas.
En Mintaro descansamos la segunda noche. A partir de aquí, levantando la vista, vemos cómo el verde intenso de los valles cede terreno al gris de la piedra y al blanco de la nieve y comenzamos a ver las impresionantes montañas que delimitan el camino, picos de 1.300 metros coronados por bancos de niebla que nos rodean y nos dan una sensación aún mayor si cabe de soledad, de silencio,… es sobrecogedor.
La parte más complicada y dura del track, sin duda también la más espectacular, nos eleva tras tres horas de subida al Paso Mackinnon, a más de 1.000 metros de altura. Aquí no hay grandes árboles pero las vistas son un placer desde arriba, el aire, la luz, todo es especial. Afortunadamente, los mosquitos no se atreven con tanta altura y nos dejan disfrutar aún más del momento. Durante la bajada, si las piernas lo permiten, no dejéis de acercaros a las Sutherland Falls, tres caídas de agua de 600 metros de altura que la convierten en la cascada más alta de Nueva Zelanda.
En Dumpling dormimos la última noche. Aquí se enfrentan el cuerpo y la mente. El uno implorando descanso y la otra deseando no dejar atrás este lugar.
El camino acaba como empezó, en una lancha que nos lleva hasta el Milford Sound.
Elda Bermúdez. Editora Viajerum
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