Hay alojamientos que nos sugieren por sí mismos un destino. Del mismo modo que un iglú de hielo nos lleva a Groenlandia, una cabaña de troncos a la Laponia o una jaima al Sahara, la sóla imagen de un bungalow sobre aguas turquesas nos traslada irremediablemente a Polinesia Francesa.
Desde que occidente tuvo constancia de esta parte del Pacífico Sur sabemos que sus gentes ya construían entonces sus viviendas del mismo modo que ahora las podemos encontrar en algunas de sus 118 islas, madera de Kahaia para las paredes y hojas de Pandanus para los tejados.
Desde Tahiti a Bora Bora, Maupiti, Manihi o Rangiroa, la mayoría de los hoteles que encontramos en este trocito de paraíso construyen con materiales tradicionales sus bungalows y algunos de ellos como los de la cadena Pearl Resort, símbolo de tradición y calidez en las islas, no se limitan sólo a esto y nos muestran baños de madera y piedra que sitúan en la parte trasera del bungalow, liberándoles del tejado, dejándolos completamente abiertos al exterior invitando así a los pequeños habitantes de las islas (geckos y otros lagartos) a permanecer ahí y evitar que busquen cobijo dentro. Al mismo tiempo dan a los huéspedes la oportunidad de tomar un romántico baño bajo el cielo polinesio, rodeados únicamente de quietud, aroma de monoï y buena compañía.
Podemos encontrar bungalows con jacuzzi o piscina privados, jardín o terraza, situados frente al mar o, desde que alguien fue consciente de que el mayor tesoro de estas tierras eran precisamente sus aguas, también los vemos sobre las cálidas lagunas interiores. A partir de ese momento, todo aquel que viaja a Polinesia, en un hotel básico o en uno de lujo, tiene la oportunidad de alojarse en unos maravillosos “bungalows overwater”, con sus suelos de cristal, algunos auténticos ventanales, como los del Hotel Le Meridien de Bora Bora, desde los que se pueden observar cientos de peces de colores y pequeños tiburones con los que compartir un plácido baño descendiendo directamente a las calmas aguas que los rodean con la luna como único observador privilegiado.
Descansando en un “overwater” sientes que navegas sobre un mar calmo, notas cómo el agua discurre sin prisas debajo tuyo, en paz, con la luz de la noche reflejada en el mar que como un espejo la lleva al interior a través de esa ventana situada a tus pies, con el único sonido que provocan los peces que salen a dar su paseo nocturno o de una ola que golpea despistada los pilotes con los que estas cabañas se aferran a la tierra.
La intimidad, el lugar en que se encuentran y el lujo de vivir los momentos que propician hacen de estos alojamientos una seña de identidad del destino Polinesia.
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